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En "Terrestre", Cristina Rivera Garza explora la memoria, el cuerpo y el olvido

En "Terrestre", Cristina Rivera Garza explora la memoria, el cuerpo y el olvido

“Me pregunté, justo entonces, si esto era en verdad envejecer. Temblar a cada rato. Quedarse sin aire. Trastabillar y dudar. Apretar las mandíbulas con discreción, como si las muelas estuvieran pegadas con un pegamento antiguo. Coleccionar datos y enumerar minucias a la menor provocación. La hipocondría, me dije, nunca es una buena consejera, y di un ligero manotazo sobre la barra”, escribe Cristina Rivera Garza en Terrestre, su último libro.

Este pasaje es solo una muestra del poder de su escritura. Narradora y cronista destacada, Rivera Garza no escatima poesía a la hora de contar. Su pluma –que le valió el Premio Pulitzer 2024 por El invencible verano de Liliana, donde aborda en clave de no ficción el femicidio de su hermana– vuelve a desplegarse con fuerza en este nuevo libro, un compendio de relatos que, una vez más, desdibuja las fronteras entre géneros. Las piezas breves que lo integran oscilan entre el relato de viaje, la ficción especulativa y la crónica afectiva.

Su prosa funciona como una puesta en abismo constante. A través de juegos narrativos y preguntas existenciales, la escritora mexicana indaga en torno a la pérdida, la memoria, la despedida y la impermanencia. Confirma así, una vez más, por qué es una de las voces más lúcidas y originales de la literatura en español.

Cuerpo como territorio

Uno de los hilos conductores del libro es la concepción del cuerpo como territorio de resistencia frente a las imposiciones del mundo. La precariedad y la vulnerabilidad se revelan como fuentes de una autonomía radical. En “Sol de otro planeta”, dos jóvenes “sin techo ni ley” desafían las expectativas sociales, lanzándose a la ruta. El cuerpo es aquí vehículo de la fuga, expuesto y transgresor, mientras el sol las acompaña “sin conmiseración alguna, sin perdón”, recordándoles que “el cuerpo existe, que el cuerpo nunca ha dejado de existir”.

Algo similar ocurre en “Práctica de campo”, donde el cuerpo colectivo de activistas urbanos se convierte en epicentro de la lucha y la solidaridad. Se congregan para “hacer aclaraciones con el cuerpo”. A pesar del cansancio y la violencia (“Los cuerpos tendidos sobre charcos de sangre aparecen después”), la pregunta por el ser y el lugar en el universo persiste.

La metáfora de la transformación física se despliega con más libertad en “Pajarracas”, donde las protagonistas asumen la forma de garzas con “alas tan grandes” y cuellos de “debilidad estructural”. Esta mutación es una nueva forma de habitar la vulnerabilidad y la libertad. Observar el mundo como “una pelota que se le olvidó a un niño en el sistema solar” y afirmar: “camino porque la pajarera era más pequeña que nosotras”, es una declaración poética y política a la vez.

Cristina Rivera Garza, autora de obras como 'El invencible verano de Liliana', premio Pulitzer 2024. (Toni Albir/EFE)Cristina Rivera Garza, autora de obras como 'El invencible verano de Liliana', premio Pulitzer 2024. (Toni Albir/EFE)

Otro eje central es la memoria, no como archivo fiel, sino como acto de construcción –e incluso de negación–. La identidad se teje en lo que se recuerda y, también, en lo que se omite. “El significado de la lluvia”, el relato que abre el libro, parte de un olvido: “Tenía mucho tiempo sin pensar en Julia O’Bradeigh. De hecho, no sería falso decir que había olvidado a Julia O’Bradeigh por completo”. Aquí, Rivera Garza juega de nuevo con los límites entre ficción y realidad, al recuperar un personaje de La guerra no importa (1991), su primer libro de cuentos.

“Los leones no están acá” es una pieza magistral que explora la negación como procedimiento narrativo. Invierte la premisa del poema “Los leones rondaban la casa” de Marosa di Giorgio, y construye un relato en torno a lo que no ocurre: “Nosotros no estamos enamorados. No creemos en el amor”. Su mantra –“No veamos hasta dónde podemos no llegar. No nos perdamos”– expresa una autonomía radical. Incluso el acto de amar se diluye en una afirmación de libertad: “Iba a escribir te quise pero de repente se me quitaron las ganas”. Aquí, la identidad se construye desde la carencia.

Todo el libro confronta al lector con la impermanencia. La despedida es un eje reiterado. El fantasma de Liliana, su hermana asesinada, sobrevuela como un aura silenciosa e inquietante, incluso cuando no es nombrada. Lo no dicho adquiere una potencia abrumadora.

En el universo de Rivera Garza, moverse no es solo desplazarse, sino despedirse. “Todo se está despidiendo”, relato ambientado en una planta procesadora de pescado en Alaska, condensa esta idea: “Todo se está despidiendo siempre de cualquier manera. Recuerda eso”. Las jornadas laborales, la extinción de especies y un futuro deshumanizado donde la mano de obra migrante se reduce a “impulsos neuronales sin necesidad de llevar consigo el peso del cuerpo” son manifestaciones de esa despedida.

Un texto melancólico

Un procedimiento singular aparece en “Los que me ayudan a mudarme también están en movimiento”, quizá el texto más melancólico del libro. Allí, la autora activa la máquina de ficción de modo lúdico, para abordar separaciones, mudanzas y comienzos: “Ahora convocaré al azar y lo vestiré de azul. [...] Eres tú, algo así saldrá de sus labios. Al inicio se saludarán con timidez, extendiendo con cautela un par de manos todavía llenas de finas cicatrices enmarañadas”.

Terrestre funciona tanto como puerta de entrada al universo de Rivera Garza –socióloga, doctora por la Universidad de Houston– como un festín para quienes la siguen desde sus primeras obras. En estas páginas se condensan muchos de los procedimientos que definen su estilo: la disolución de fronteras entre memoria y ficción, el uso de voces narrativas colectivas, y una exploración profunda de la fuga, la vulnerabilidad y la resistencia.

En palabras de la escritora boliviana Liliana Colanzi, Rivera Garza “transita el deseo, la rebeldía, la añoranza y el tiempo con recursos que enfrentan al lenguaje con su potencia política y su abismal intensidad”. Terrestre es una bitácora de viajes especulativa que se inscribe en los cuerpos y nos invita a recorrer la existencia con los ojos y los oídos bien abiertos.

Terrestre, de Cristina Rivera Garza (Random House)

Clarin

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